Hoy no es un día para morirse, ni para desmayarse. Sólo es una larga mañana para asfixiarse con el olor a azufre de tu propio infierno.
Tu lengua, como la de todo aquella que me lamió una noche de luna llena, tendrá ese envenenante sabor ácido de la tragedia.
Tú piensas y ya no recuerdas, y yo recuerdo pero ya no pienso.
Tu lógica es la que nos aparta y mis anhelos se quedan ya demasiado lejos.
Como dije:
Hoy no es un día para morirse. Para vivir, tampoco.
lunes, 29 de octubre de 2007
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